sábado, 21 de junio de 2014

Bajo La Mesa (parte 1)

    Gritaban como si estuviesen en la plaza del pueblo vendiendo pescado. Se miraban  los unos a los otros haciendo gestos pesados y alzando las manos al aire. Me escondí bajo la mesa y me tapé los oidos con la almohada de la tía Helen. Desde aquí solo se veían pies desnudos moviéndose de un lado a otro por si solos. Si me fijaba con atención, podía adivinar al dueño de cada par.  Me aterraba salir de mi escondite y que me empezasen a reñir a mí, que me gritasen. Así que me pasé dos horas jugando a las adivinanzas. Odiaba que se pelearan y más por una caja tonta. Si la maldita cajita con botoncitos y luces encendiéndose a cada instante  no se hubiese parado, nadie se estaría peleando ahora. Sentí un toque en mi espalda y me quedé paralizada. La tía Helen no me dejaba tocar sus cosas y menos usar su mesa como refugio. Decía que todas sus pertenencias eran sagradas y que yo no era quien para tocarlas con mis manos sucias, llenas de gérmenes. Equipada de un spray antibacteriano y unos guantes amarillos, se pasaba las horas rociando la casa con fertilizantes espeluznantemente olorosos y productos que decían eliminar los monstruitos verdes que la tía tantísimo odiaba. 

martes, 17 de junio de 2014

Tu niño

Te miraba desde el rincón y te mandaba besos de fresa y limón. Con su cara pequeña, menuda y suave, pensabas que el no era nada. Pensabas que el no mataría ni a la mosca que le atormentaba, volando a su desdén alrededor de su cabeza. Se movía de un lado a otro y se posaba en su nariz. Él la contemplaba. Sus ojos se ponían bizcos y te reías cariñosamente. Pensabas que sus manos manchadas de tinta no harían más que fallos tontos porque él estudiaba mucho y su único refugio eran perdones tan grandes como abrazos de panda.  Pensabas que su corazón era como un caramelo, lleno de cosas dulces y bellas. Pensabas que estaba lleno de detalles pequeños que hacían de él un diamante único. El tiempo a pasado rápido. Y ahora no sabes ni quien es ni de lo que él es capaz de hacer. Ahora te mira, con otra cara. Una cara pálida que sonríe con los ojos abiertos como guirnaldas. Esos ojos observan cada uno de tus movimientos.  No brillan como los de antes, con luz propia. Ahora se encienden como llamas quemando las hojas de un bosque. Te quedas paralizada. Y de nuevo su sonrisa se queda en tí clavada. Levanta la mano izquierda, la gira en el aire coge la botella. Bebe sorbos, uno tras otro, hasta calmar su sed y dejarla vacía. Empiezan a temblarte las piernas y te ves atrapada. Gira su otra mano y se aguanta firmemente. Esta vez, buscas con malicia como sacar el as de la manga pero no encuentras más que una jota. Dos gotas se deslizan por su frente y te golpea en la cara. Ahora yaces en el suelo. Aquel niño asustado llora y tiembla pues ahora está aterrado. El mundo dice que la gente no cambio pero tu niño ya no es el mismo. El mundo se ha vuelto a apoderar de sus palabras dulces e inocentes. Las ha destruido para hacer de ellas armas.  Aquellas que cuando enemigos las toman son domadas, convertidas en letras que suenan al tambor de la venganza.
El mundo cambia, la gente también. Cuida a tu niño y no dejes que el sea una victima otra vez.