sábado, 21 de junio de 2014

Bajo La Mesa (parte 1)

    Gritaban como si estuviesen en la plaza del pueblo vendiendo pescado. Se miraban  los unos a los otros haciendo gestos pesados y alzando las manos al aire. Me escondí bajo la mesa y me tapé los oidos con la almohada de la tía Helen. Desde aquí solo se veían pies desnudos moviéndose de un lado a otro por si solos. Si me fijaba con atención, podía adivinar al dueño de cada par.  Me aterraba salir de mi escondite y que me empezasen a reñir a mí, que me gritasen. Así que me pasé dos horas jugando a las adivinanzas. Odiaba que se pelearan y más por una caja tonta. Si la maldita cajita con botoncitos y luces encendiéndose a cada instante  no se hubiese parado, nadie se estaría peleando ahora. Sentí un toque en mi espalda y me quedé paralizada. La tía Helen no me dejaba tocar sus cosas y menos usar su mesa como refugio. Decía que todas sus pertenencias eran sagradas y que yo no era quien para tocarlas con mis manos sucias, llenas de gérmenes. Equipada de un spray antibacteriano y unos guantes amarillos, se pasaba las horas rociando la casa con fertilizantes espeluznantemente olorosos y productos que decían eliminar los monstruitos verdes que la tía tantísimo odiaba. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario