Al día siguiente, me levanté pronto por la mañana. Tenía clase de arte a primera hora y no podía perder el tiempo. A mi profesor, no le gustaba que sus estudiantes llegaran tarde y eso me afectaba a mí también. Una vez, mi compañero, Paul, llegó cinco minutos tarde. Nuestro profesor, el señor Westson, se puso furioso. Su cara fue cambiando de color, de rosa a rojo, de rojo a azul y de azul a violeta. No se oía ni una mosca. Paul, avergonzado, se fue sin hacer ruido. Al día siguiente se disculpó ante el señor Westson, pero mister Westson era tan severo, que no perdonaba ni a sus estudiantes más brillantes.
Paul se cambió de clase y en lugar de continuar artes plásticas se fue a carpintería. Le fue bastante bien pues cada vez que hacía un objeto lo pintaba, lo barnizaba y lo vendía por Amazon.
Si yo fuese Paul, no podría deshacerme de la pintura de un día a otro. De pequeña, utilizaba la pintura para ilustrar mis sueños y pesadillas. Creía que si reflejaba mis temores en el papel, no volverían a mi mente. Sin embargo, a medida que fui creciendo me di cuenta de que no solo dibujaba cuando tenía sueños o pesadillas, también lo hacía por placer. Me gustaba dibujar así como me gustaba leer, comer y respirar.
La clase pasó volando. Estábamos trabajando con ceras y pasteles y el señor Westson se emocionaba tanto con este tema, que muchas veces nos pasábamos las horas escuchándole.
Fuera parecía como si fuese de noche aunque eran solo las cinco. Las calles estaban desiertas. Había algún que otro turista haciéndose fotos o buscando sitios en gigantes mapas con letras enanas, por lo demás, no se veía a nadie. Cogí el metro y me dirigí al centro. Los sábados mi amiga Helen me dejaba su estudio de música a cambio de mi casa. Era como un intercambio. Su estudio tenía un granero polvoriento y oscuro con unas pocas telas de araña pero también tenía las mejores vistas de todo Londres. Aquella habitación tenía un escritorio antiguo que daba a una ventana alta y alargada. Me iba a la cama pronto y me despertaba al alba para ver el amanecer. Era hermoso ver como el sol iluminaba el cielo y lo teñía de colores rosas, azules y naranjas.
Me senté frente al escritorio y coloqué mi material de pintura. Cansada, apoyé mi respaldo en la silla e intenté no quedarme dormida. Justo cuando mis párpados se estaban cerrando de sueño vi una silueta.
"Helen?" dije en voz alta.
"Eres tú? Helen?" repetí.
No hubo respuestas.
"Helen ya te he dicho que no me gustan los sustos!" dije enfadada y me giré imaginándomela riéndose en mi cara. Sin embargo, a mi gran sorpresa no vi a Helen sino al chico del restaurante. Di un salto y retrocedí hacia atrás.
"Quién eres? Qué haces aquí? Cómo has entrado?"le grité.
De nuevo, hubo un silencio. El joven permanecía quieto pero sonriente.
"Qué te hace tanta gracia? Te parece que el allanamiento de morada es gracioso? eh!"
Se quiso acercar pero yo no le dejé. Le eché spray en la cara y aturdido cayó al suelo.
Cuando despertó, lo había movido hasta la silla y ahora, equipada con un cuchillo en la mano, le volví a preguntar.
"Quién eres? Me puedes explicar que haces aquí?"
Por fin respondió. Tenía una voz suave y dulce pero muy masculina. No parecía un ladrón u otro tipo de criminal.
"Me llamo Mike".
Me miró a los ojos.
"No te acuerdas de mí?"
Me dijo divertido.
"Soy el chico del puesto de café al que le echaste un capuchino encima durante tu entrevista".
Le miré asombrada. Había tenido aquella entrevista hace dos meses y aún seguía apenada. Me había ido fatal. Aquel día me había despertado tarde y por poco salgo a la calle con las zapatillas puestas. Había pasado la noche enferma con gripe y fiebre alta y aún en la entrevista, no sabía donde estaba. Me presentaba a una entrevista de trabajo para que una revista publicase mis críticas sobre el arte contemporáneo. Cuando pedí aquel café mis manos temblaban tanto de los nervios que le derramé el café encima y me fui corriendo alarmada.
"Oh! Siento mucho todo esto. No conseguía reconocerle. Siento haberle derramado el café la otra vez."
"No te disculpes tanto. Le podría haber pasado a cualquiera"respondió.
"Qué hace usted aquí? Cómo ha logrado entrar?"
"Hace semanas que llevo examinándote y he estado hablando con tus compañeros de trabajo, tu profesor y tus amigos. Vengo a darle una segunda oportunidad. Tu amiga Helen me indicó que venías mucho aquí y me dijo que en caso de que no vinieses me dijo que bajo la alfombra guardaba la llave".
"Ya.. Helen es un poco ... Le gusta mucho conocer hombres!" le sonreí.
Me miró animado.
"Muchas gracias Señor Meyer por darme esta segunda oportunidad. De verdad supone una oportunidad muy valiosa para mí" le dije.
"No me llames Señor Meyer, llámame Mike. No me llames señor parece como si fuese mucho más mayor de lo que soy, solo dos años mayor que tú" me contó risueño.
"De acuerdo señ... Mike!"