Los días pasaron y Mike aún seguía poniéndome a prueba. Sin embargo, ya no parecía que me estuviese examinando. Las mañanas quedábamos en el restaurante de la esquina en el que le derramé el café por primera vez, en el que su sonrisa me asustó al otro lado del cristal. Yo tomaba mi capuchino de siempre y el su café corto con leche. Pedíamos un croissant, lo partíamos en dos, y nos lo comíamos entre risas. Más tarde, él iba a trabajar y yo a las clases del señor Westson. Por la tarde, ponía a prueba mi creatividad. A veces, me llevaba a lugares a los que jamás había ido. La última vez que lo vi, me llevó a una capilla. Por fuera estaba que se caía a pedazos. Estaba pintorreada con grafitis y los ladrillos estaban llenos de moho. Pero todo parece diferente una vez que se entra en ella. Al entrar solo se ve un largo pasillo. Caminamos juntos sin hacer ruido. Se oían las ratas de puntillas. Por un instante, pensé en dar la vuelta, pero entonces fue cuando Mike me cogió de la mano. Cuando llegamos al final del pasillo, un rayo de luz me deslumbró. Aquel túnel oscuro se había terminado. Cuando volví a abrir los ojos, mi boca se abrió tanto que casi se me cae la mandíbula. Delante de mi, había un almendro alto, lleno de flores y en la rama más alta, cantaba un ruiseñor. Una manta yacía en el suelo y flores caían suavemente en mi pelo. Mike cogió una de ellas y me la colocó en mi mano. "Ya no hace falta que te examine más. Estás en la revista" me dijo.
Salté de emoción y le abracé. Sin soltarle, le di las gracias y el me miró a los ojos.
"No podré quedarme más en Londres, me han trasladado a Paris" me contó.
"Qué?" Me quedé perpleja. "Por qué no me lo has contado antes? Por qué ahora?"
Se quedó en silencio.
De repente, me puse furiosa. Quería gritarle. Quería pegarle. Le solté bruscamente y se lo repetí de nuevo. "Por qué no me lo has contado antes?" le grité.
De nuevo, silencio.
Las lágrimas me quemaban los ojos. Me di media vuelta y empecé a caminar deprisa pero me cogió del brazo y me acercó a él. Me quitó las lágrimas lentamente y me miró a los ojos.
"Por que cada vez que te veo sonreír, se me rompe el alma pensar que no podré estar contigo. Porque te quiero. "
Salté de emoción y le abracé. Sin soltarle, le di las gracias y el me miró a los ojos.
"No podré quedarme más en Londres, me han trasladado a Paris" me contó.
"Qué?" Me quedé perpleja. "Por qué no me lo has contado antes? Por qué ahora?"
Se quedó en silencio.
De repente, me puse furiosa. Quería gritarle. Quería pegarle. Le solté bruscamente y se lo repetí de nuevo. "Por qué no me lo has contado antes?" le grité.
De nuevo, silencio.
Las lágrimas me quemaban los ojos. Me di media vuelta y empecé a caminar deprisa pero me cogió del brazo y me acercó a él. Me quitó las lágrimas lentamente y me miró a los ojos.
"Por que cada vez que te veo sonreír, se me rompe el alma pensar que no podré estar contigo. Porque te quiero. "
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